El Mundial es Historias: 25. “Un show de gentilicios”



A la selección de la República Democrática del Congo le faltó un punto para clasificarse al Mundial. Quizás, con Steve Mandanda, el segundo arquero de Francia que nació en Kinshasa, le hubiese bastado para empatar ese partido clave que perdió ante Túnez. Seguramente también lo hubiesen potenciado Steven N’Zonzi, de padres congoleños, o Presnel Kimpembe, el central del PSG, que llegó a jugar en las selecciones juveniles de RD Congo por su padre y más allá de su madre haitiana.
Ellos podrían haber hecho lo que hicieron Neeskens Kebano, volante del Fulham, o Cedric Bakambu, delantero de la liga china. Los dos nacieron en Francia pero respetaron la sangre de su ascendencia y son parte de la selección congoleña.
Incluso allí podría haber jugado Blaise Matuidi porque sus padres, luego del desprendimiento de su Angola natal, primero vivieron en la ex Zaire antes de afincarse en Toulouse.
Samuel Umtiti es camerunés. Thomas Lemar, guadalupeño. Los padres de Raphael Varane son martiniqueses. Los de N’Golo Kanté, malienses. Los de Paul Pogba, guineanos. Los de Alphonse Areola, filipinos. Los de Benjamin Mendy, senegaleses. Los de Djibril Sidibe, malienses. Los de Adil Rami, marroquíes. Los de Nabil Fekir, argelinos. El padre de Kylian Mbappé, camerunés y su madre, argelina. El de Corentin Tolisso, togolés. El de Ousmane Dembelé, maliense y su madre, mauritana.
La selección francesa, como la campeona del mundo en 1998, es un show de gentilicios. La demostración de la Europa de hoy aunque potenciada. Diecisiete de sus veintitrés futbolistas son extranjeros o hijos de. Proporción claramente mayor que en la sociedad. El talento en el fútbol brinda mejores posibilidades que la vida. Primera generación de franceses en familias que, por exilio político o sobre todo económico, recalaron en el país.
Incluso un décimo octavo, Lucas Hernández, pudo haber tenido otra camiseta. Nació en Marsella pero se crió en Madrid (su padre jugó en el Atlético). Tres meses antes del Mundial, la FIFA no lo autorizó jugar para España. Hernández se quedó con las ganas de ser el suplente de Jordi Alba. Y se convirtió en el titular del primer finalista del Mundial.

Quizás la mezcla más determinante para el estilo de la selección francesa hayan sido los cinco años de Didier Deschamps como jugador de la Juventus (ganó tres ligas) y la temporada como técnico allí (una Champions y una Intercontinental). Francia tiene el orden italiano para defenderse. Si consigue ponerse en ventaja, el resultado está encaminado. Y cuando un rival consigue impensadamente darle vuelta el resultado, primero debe creer que es posible; Argentina no lo creyó.
Antes del gol con el que le ganaría a Bélgica, se había dado la pulseada de los espacios: el equipo que circunstancialmente perdía la pelota retrocedía en su campo, preparado para salir de contra; si éste recuperaba, el otro se replegaba. Duelo de acordeones.
Los mundiales no suelen imponer la tendencia hacia dónde irá el fútbol sino que demuestran hacia dónde ya estaba yendo. La tendencia es previa al Mundial, que la amplifica por su caja de resonancia. Los equipos que mejor compiten, ahora y siempre, son aquellos que manejan los dos recursos: pueden asumir la iniciativa y también, atacar de contra. Lo cual también significa que sepan defender lejos de su arco y cerrarse en su campo.
Francia convirtió mediante la herramienta por excelencia de la Copa, la pelota parada, y resistió. Protegió su área. Para ambas tareas fue clave el camerunés Umtiti. En el palco festejaba el presidente Emmanuel Macron, que a su regreso esperaría que el Senado aprobara la ley de inmigración que los diputados ya habían aprobado. La habían rechazado la derecha “por blanda” y la izquierda “por inhumana”. En la cancha, como en 1998, la Francia “azul-blanca-roja” se convirtió en una exitosa Francia “negra-blanca-árabe”.

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