El Mundial es Historias: 3. “Los que no les reprochan a los jugadores”



Diego Serpentini, 15 de edad y un metro de altura, no era parte del show. Pero está formado para rebelarse.
Estaba cerca del alambrado en el estadio de Huracán, aunque del lado de la platea. Con la misma predisposición con la que encaró la vida, con la misma sonrisa, primero habló con el que cuidaba la puerta. “En ese momento Chiqui Tapia me pateó una pelota. Y como me puse a hacer jueguitos, Messi me miró. Se ve en todas las fotos que Messi me está mirando”.
El resto fue natural: Diego, el 5 de la selección de talla baja, junto a Messi sentado arriba de la pelota (“acá estoy, en mi oficina” decía Cruyff sobre esa pose).
Diego es natural. Hacer jueguitos le resulta espontáneo: “Hacía poco me había filmado y había llegado a 500, puedo hacer más”. No se pregunta por qué carga con semejante limitación, sólo se lamenta porque “con mi altura no puedo jugar al fútbol profesional”. Nació así, con displasia acromesomélica; es decir, “me tocaron las articulaciones cortas”. Juega con amigos de diferentes edades y alturas: “Nos juntamos enfrente de mi casa. En La Plata, donde vivo, todavía hay lugar para algún potrerito. Me llevan 40, 50 centímetros”, que en realidad son más.
Messi le dijo que conoce la selección de talla baja, que vio la noticia de que habían sido campeones meses antes. A propósito, ¿cuánto dura un tema en la agenda mediática? ¿Cuánto nos sirve? Pasearon en algunos medios para rápidamente volver a desaparecer.
Diego imaginó que su exposición sería un impulso. Que quizás ahora la AFA los apoye. Que dejarán de hacer rifas para armar un torneo nacional.

Aquel domingo 27 de mayo sucedió la mejor idea de la AFA de la que tengamos memoria. La selección armó un entrenamiento abierto no al público en general sino a los niños. Cada diez, recién podía entrar un adulto. La consigna no fue obedecida, pero la idea resultó: el estadio de Huracán se pobló de los que no les reprochan a estos jugadores, aquellos que no tienen presente las finales perdidas ni se cansaron de la repetición de nombres. Al Ducó fueron los pibes, los que juegan a ser ellos.
La vieja guardia del seleccionado nunca se sintió en falta; al contrario, muchas veces creyó poca valoración. Eso seguramente habrá armado un equipo distante. En una charla inicial del ciclo, Sampaoli se los había marcado con criterio aunque con poco éxito: “Hay que acercarse a la gente, eso no quiere decir que se acerquen al periodismo”.
En Huracán se acercaron. Con el gesto suficiente de haberse prestado a un entrenamiento en una cancha en mal estado. Sin armar show, apenas devolviendo saludos. Y lo mismo se vio en la Bombonera dos días después en el muy amistoso 4-0 a Haití. El plantel viajó a Rusia envuelto en respaldo, no en memes ni en la devolución de redes sociales.

La falta de entendimiento con el Vaticano para que quedara claro que la delegación no podría visitar al Papa. La exposición millenial de Cristian Ansaldi mostrándose en la bañadera junto a su esposa (y su pedido de disculpas público: ¿a quién?, ¿por qué?). Los gritos de veinte palestinos al costado de un entrenamiento para que la selección no viajara a jugar contra Israel en Jerusalén, histórica discordia entre los pueblos. La viralización de las imágenes, la conciencia general (y tardía) del malestar que causaba el partido, los comentarios a los jugadores por parte de sus familiares. El planteo de los futbolistas, no necesariamente una orden, de revisar la cancelación del amistoso. El dinero cobrado con anterioridad por parte de la AFA.
La lista es amplia. Pero ni todos los capítulos de la convivencia en Barcelona juntos alcanzan mínimamente el efecto que generó la rotura de ligamentos de Manuel Lanzini.
A muchos les brotó el recuerdo de la lesión de Gago. Aquella, a la vista de todos y en pleno partido; ésta, en un entrenamiento más. Ambas similares, sin disputa de pelota, apenas un giro rebelde y el destino cruel; las dos, con consecuencia de llanto.
Un instante es suficiente para frustrar lo que se esperó una vida. Sólo la partida a Rusia cambió el eje. La presencia en Barcelona quedaría directamente relacionada al dolor de Lanzini. La selección, además, perdía un titular. Sin un claro reemplazo a la vista.